Cursaba yo uno de los primeros cursos del instituto (primero o quizás segundo de FP de electrónica) y tenía un compañero que era bastante raro. No recuerdo ahora con certeza su nombre, pero me suena que era Juan. El caso es que Juan era considerado un poco “bicho raro” entre el resto de compañeros, y yo, que sentía cierta pena pues intentaba que se integrara y le daba charla en el descanso del bocadillo.

El caso es que un día perdí mi calculadora. Como soy bastante despistado no le di una mayor importancia a aquello. Era una calculadora científica, pero no era un modelo especialmente caro ni llamativo. Supongo que sería una Casio FX-570 o similar.

Así que me hallaba yo en ese intervalo sin calculadora cuando en clases de prácticas de electrónica el profesor pidió que hiciéramos ciertos cálculos. Esperé unos minutos a que los compañeros hicieran sus números y me acerqué a Juan (que estaba cerca mía) y le pedí prestada su calculadora para hacer yo mis cuentas. Lo primero que me extrañó fue que la calculadora (mismo modelo que la mía) tenía el cristal de la pantalla completamente rayado. No era como si accidentalmente hubiera rozado con algo y se hubiera rayado. No; era como si alguien hubiera cogido una llave o cualquier objeto punzante y se hubiera enseñado con ella. Era raro pero Juan también lo era, así que no le di mayor importancia (afortunadamente, los números se veían a pesar de los rayones).

Entonces ocurrió algo: vi de refilón mi nombre escrito a lápiz en la calculadora. En efecto, yo había escrito mi nombre con lápiz tiempo atrás y ya casi se había borrado del todo; pero si la mirabas oblicuamente, aun se distinguía perfectamente mi nombre escrito de puño y letra. Juan me había robado la calculadora.

Aquí me falla un poco la memoria y no recuerdo si acusé directamente a Juan o simplemente se la enseñé a otro compañero para que actuara como testigo. Le devolví la calculadora a Juan, sin querer tomarme la justicia por mi mano.

Si recuerdo coger al tutor de nuestro curso (ese año era un joven profesor de lengua e inglés) a la salida del instituto antes de que se marchara a casa. Le comenté lo sucedido y le pregunté por la posibilidad de tratar este tema con toda la clase en la hora de tutoría (una clase semanal en la que no se daba ninguna materia en concreto, sino que el tutor del curso hablaba con toda la clase de cualquier tema relacionado con la clases, el instituto o cualquier otro tema que fuera propuesto). Me dijo que si y esperé pacientemente que llegara la tutoría.

Allí el tutor lo delató delante de toda la clase como ladrón y le obligó a devolver la calculadora. Aun tenía mi nombre escrito a lápiz y no recuerdo que Juan negara haberla robado. Simplemente la devolvió sin más. Ni que decir tiene que a raíz de aquello dejé de darle el trato amistoso que mantenía con el.

La calculadora por lo que a mi respecta ya no me valía. Aquella pantalla rayada era horrible y terminé comprando otra calculadora. En esta ocasión, la abrí con un destornillador y metí dentro un pequeño papel con mi nombre. Si alguien volvía a robarla, sería fácil desenmascararlo abriéndola. Afortunadamente no llegó el caso.

Recuerdo otra anécdota de Juan:

Aquel año yo estaba en el turno de tarde y las clases de educación física eran a última hora, con la mala fortuna que el instituto aun no había instalado focos en el patio y no podíamos salir por estar totalmente oscuro. Así que el profesor de educación física decidió que aquel frío y oscuro invierno lo íbamos a pasar estudiando teoría de la educación física en el aula.

Seleccionó un libro de texto de educación física lleno de palabras y conceptos extraños para nosotros y nos obligó a estudiarlo. Llegado el momento hubo que examinarse de aquel tronco y tuvo la feliz idea de corregir cada examen allí delante de toda la clase (supongo que se iba quedando sin ideas para rellanar las horas sin poder salir al patio).

Resulta que Juan el roba-calculadoras no tenía ni pajolera idea de aquello, y en vez de dejar el examen en blanco, había contestado todas las preguntas con garabatos como si fueran las indescifrables frases de un médico. Y el inocente profesor, allí preguntándole delante de toda la clase qué había querido escribir, que no entendía su letra y que necesitaba hacerlo para aprobarlo. Tenía ganas de levantarme y gritarle al profesor “Tontolaba, ¡no te das cuenta que no tiene ni idea y se está quedando contigo con esos garabatos sin sentido!” Juan por supuesto estaba allí mudo, sin decir palabra.

En fin, no recuerdo si al final se salió con la suya y logró aprobar el tostón aquel. Si sé que después de aquel curso no tengo más recuerdos de Juan. No sé si repitió o dejó el instituto. Quizás ambas cosas.


El concurso de la radio (parte 1) Un año sabático

  1. Juan es esa clase de persona que todos queremos lejos…

    Un Juan me robó una calculadora de 70 euros que compré con ahorros a los 13 años, vaya hijo de puta. Lo peor es que se salió con la suya.

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