Ya he hablado anteriormente sobre mi primer trabajo de ingeniería y escribí sobre mi antiguo jefe en el post Cuando mi jefe me pilló“.

Una de las “magníficas” cualidades de aquel jefe era fijarse más en la apariencia que en el trabajo bien hecho; es decir, valoraba más que estuvieras 8 horas consecutivas sentado delante de la pantalla sin levantarte que el hecho de hacer realmente bien y eficientemente tu trabajo. Recuerdo por ejemplo cuando nos riñó a una compañera y a mi porque coincidimos en la fotocopiadora y nos pusimos a charlar brevemente. O cuando le recriminó a un compañero llamado Jesús que, viviendo a escasos minutos a pie de la oficina, fichara siempre 2 ó 3 minutos tarde. Yo lo llamo el “complejo de jefe niñera”.

Dicho esto, nunca he sido muy puntual especialmente por el enorme atasco que me comía todas las mañana que provocaba que a veces tardara más y otras veces menos. Si tenía que entrar, por ejemplo, a las 9 de la mañana, había días que llegaba a las 8:57 y otros a las 9:12. Y claro, esto le jodía a mi jefe sobremanera.

En mi primera etapa en dicha empresa compaginaba mis estudios de ingeniería técnica con el trabajo. Me habían contratado con esa premisa, ya que entré de becario desde la universidad. Así, que llegado el momento de hacerme el contrato, tanto a mi compañera Inma, en la misma situación que yo, como a mi nos ofrecieron una jornada intensiva de 8 a 15 h, teniendo así tiempo de ir a clases por las tardes (hecho que yo aproveché e Inma no).

La mayoría de la empresa entraba a las 9 de la mañana, así que a las 8:00 h sólo estábamos allí Inma y yo. Esto me venía de maravilla porque no tenía la presión de, si llegaba por ejemplo a las 8:07 h, recibir la recriminación de mi jefe. Aunque tampoco tenía forma de ocultarlo, ya que fichábamos en unas tarjetas al entrar y en cualquier momento podía comprobar mi horario de entrada.

El caso es que cierto día mi jefe se plantó allí antes de las 8. Una mente bienpensada diría que podría ser que tuviera trabajo y quisiera adelantar y por eso llegó antes; pero yo estoy seguro que fue sólo para vigilarme a mi y a Inma, ya que como he explicado, era un jefe niñera. Y claro, se cumplió la ley de Murphy: yo ese día, por motivos que no recuerdo, llegué como 15 minutos tarde a la oficina. Puede que fuera una mala noche, un atasco de tráfico o simplemente que me quedé dormido. Pero cuando llegué, comenzó a gritarme como un energúmeno, allí delante de Inma. Me dijo que si yo me pensaba que era una funcionario y podía llegar a la hora que quisiera. Tal fue la bronca que me echó que más de 10 años después aun me entran escalofríos por la espalda cuando lo recuerdo. Yo me quedé pasmado, nunca nadie en mi vida que no fueran mis padres me habían hablado así, y desde luego no creo que ningún jefe tenga autoridad como para hablarle así a nadie.

Yo, como no podía ser de otra forma, estuve toda la mañana con la cara larga. Y aun tuvo valor el tío de, un par de horas después, pasar por mi lado y darme un golpecito en el brazo diciendo -“¡Venga tío! No pongas esa cara tan seria-.

Nunca pude tener confianza en aquella empresa ni aquel jefe, por lo que sentí un gran alivio cuando me fui unos años más tarde.


Abandonado en mitad de una carretera Un condensador ardiendo

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