El primer trabajo serio que tuve fue para un empresa de ingeniería en su departamento de gestión energética. Mi jefe del era un imbécil de libro: nos trataba como niños pequeños, vigilando que decíamos, qué hacíamos, cuándo nos levantábamos y hasta contabilizaba los minutos que llegábamos tarde con una inflexibilidad de estúpido total. Era, por así decirlo, todo lo contrario a lo que debe ser un líder laboral.

Por ejemplo: un día que llegué 15 minutos tarde comenzó a gritarme, delante de mi compañera Inma, diciéndome que si yo me creía que era un funcionario entrando a la hora que me daba la gana.

Otra vez, me levanté a por unos papeles impresos a la fotocopiadora y allí coincidí con otra compañera a la que le pregunté algo (conversación de 30 segundos, no más); él que estaba por allí se acercó inmediatamente a reñirnos por perder el tiempo hablando y nos obligó a sentarnos en nuestros puestos.

Otro día, me encontré en la mesa mi ficha mensual de horas de entrada/salida, con las horas a las que había llegado “tarde” (pocos minutos y pocas veces) subrayadas con rotulador fluorescente. Estos sólo son algunos ejemplos para ver que tipo de personaje de trataba.

Como podréis intuir, el día que el jefe no estaba por la oficina aquello era jauja: todo el mundo trabaja más, rendía más y el ambiente era mucho más relajado y amigable.

Uno de esos felices días, al llegar a la oficina, mi compañera Ana (que era mi administrativa) me envió un email: el jefe hoy estaba de visita a un cliente y no pasaría por la oficina. Así que le contesté escribiéndole todo tipo de expresiones festivas y de alegría…. ¡¡el jefe no está: día de tranquilidad en la oficina!!

Tiempo después (creo que meses), mi jefe se sentó en el ordenador de Ana (ella no estaba ese día) y se puso a revisar algo. Estuvo horas con el ordenador de mi compañera cómo buscando algo. No le di mayor importancia… ¿estaba quizás buscando algún archivo que necesitaba? ¿algún email a un cliente?

Al día siguiente cuando Ana volvió a la oficina se quedó petrificada: el jefe había estado revisando, uno por uno, su carpeta de correos eliminados. Y además, había tenido el detalle de dejarle el ordenador encendido con un correo muy concreto abierto en la pantalla: ese email mío de meses atrás donde expresaba mi alegría por no estar él presente. Me había pillado -y por escrito- criticándolo. Aquello fue como la cabeza de caballo que los mafiosos dejaban en la cama de sus enemigos.

Nunca me dijo nada de aquello. Tampoco yo le di mayor importancia, la verdad. ¿Qué esperaba acaso, si nos trataba como si fuéramos niños pequeños?

Ni que decir tiene que el día que me fui de aquella empresa no me hicieron contraoferta (ni la hubiera aceptado).


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