El curso de 7º de la EGB fue algo especial para mi. Era el curso en el que cumplía 13 años y por algún motivo decidí que me lo iba a tomar en serio. Hasta aquel curso, básicamente era el caos absoluto: no estudiaba nada y mis apuntes y ejercicios de clase estaban desperdigados por varios cuadernos y hojas sueltas. Aun así, había ido aprobando sin excesiva dificultad aunque ya le había visto las orejas el lobo el curso anterior, 6º de EGB, cuando por primera vez me quedaron dos asignaturas para el verano (lengua y matemáticas) y mi padre se encargó de que las aprobase en septiembre si o si a base de un verano de disciplina férrea.
Quizás fue aquello lo que me llevó a plantearme un cambio de rumbo para evitar pasar otro verano de mierda, y decidí que lo primero era poner orden en mis cosas. Recuerdo perfectamente sentarme a decidir en qué color iba a tomar mis apuntes a partir de entonces. Cogí en mis manos varios bolígrafos de diferentes colores y medité cual iba a ser mi color de escritura a partir de entonces. Sabía que si ordenaba mis cosas ordenaba también mi cabeza, y aquello me daría facilidad para estudiar y aprobar.
Así que elegí un boli BIC negro (el clásico BIC naranja de punta fina) y otro de color rojo. El negro iba a ser la tinta con la que iba a escribir a partir de entonces usando el rojo como color secundario para tareas de subrayar o similares. Y el negro ha sido el color con el que he continuado escribiendo toda mi vida: colegio, instituto, universidad y trabajo. No necesariamente con bolígrafo BIC, pero si con tinta negra. De hecho, justo 30 años después me encuentro anotando cosas del trabajo con una estilográfica y tinta perle noire negra.
Y si, 7º de EGB fue un gran año en lo académico. Saqué mis mejores notas hasta la fecha y fue un curso suave como la seda.