El último año del instituto fue el quinto curso de FP (formación profesional) de electrónica. Una asignatura muy importante que teníamos en todos los cursos era la de “prácticas”, nueve horas semanales repartidas en tres clases de 3 horas cada una de trabajo en un taller de electrónica. Era una asignatura más entretenida que el resto al no ser de teoría en pizarra pura y dura, en la que básicamente hacíamos unas prácticas guiadas (montajes electrónicos normalmente) y en la que teníamos que tomar ciertas medidas eléctricas (tensión, corriente, impedancia, señal de osciloscopio, etc.) que registrábamos con el fin de comprender el funcionamiento de algún componente electrónico o de algún principio físico. Con los datos obtenidos entregábamos una memoria de cada práctica.

Como he dicho, era el último año (5º curso, unos 18-19 años) y disfrutábamos de cierta “libertad” que no teníamos antes. Esto era básicamente que el profesor, Don Ricardo, aparecía poco por el taller y mucho por la cafetería. Para el era una ventaja tener un último curso de alumnos ya “civilizados” y para nosotros la libertad de no tener al profe todo el tiempo encima. Realmente trabajamos y hacíamos nuestras prácticas en un ambiente relajado de cierto compañerismo.

El caso es que como buen cafre que soy, uno de esos días en los que el profesor no aparecía por allí me dio por realizar un “experimento broma”. A esas alturas ya sabíamos todos que si conectábamos un condensador electrolítico a una fuente de alimentación continúa con la polaridad invertida el condensador se quemaba. Si además esa tensión era lo suficientemente elevada, podía incluso haber fuegos artificiales.
Con esa idea en la cabeza y con el objeto de hacer una broma, cogí el condensador más gordo que encontré y lo dejé colgando por la ventana que daba al patio empalmando varios cables hasta una de las fuentes de alimentación del taller.
Así que giré el potenciómetro a la tensión máxima y ¡¡boom!! aquello comenzó a echar humo y chispas para deleite de todos los alumnos que había en el patio.
El plan habría salido genial salvo por que un alumno avispado del patio decidió avisar a algún profesor para que también disfrutara de aquellos fuegos de artificio y rápidamente se corrió la voz.

Don Ricardo entró hecho una furia en el taller. Nos echó una bronca tremenda y exigió saber quién había sido el culpable. Yo, que estaba bastante acojonado, no dije nada. Pasaron unos segundos y mi compañero Cardona, en un acto total de compañerismo levantó la mano y dijo “he sido yo”. No pude dejar que él se llevara la culpa y en ese momento le rectifiqué y dije “No Cardona, he sido yo”.
No sé si el profe me creyó a mi o a el, o si pensó que habíamos sido toda la clase (en realidad la idea fue mía pero en el experimento intervinieron varios compañeros), pero ahí quedó la bronca. No recuerdo mayores consecuencias pero si aquel episodio de vergüenza.


Una bronca de campeonato Con un metro es suficiente

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