El último año de instituto se me resistió un poco. Recuerdo que teníamos asignaturas de legislación y derecho laboral que se me atragantaron bastante. Al fin y al cabo, ¡yo era un estudiante de electrónica! El caso es que aquello hizo que no pudiera terminar en junio como era previsible y me plantara en septiembre con un par de asignaturas.

Estudié duramente y aprobé. Pero el entrar en la universidad se complicó: ya casi no quedaban plazas para estudiar ingeniería técnica industrial, que era lo que yo quería hacer. Recuerdo ir al Rectorado de la Universidad de Sevilla y rellenar todos aquellos documentos en papeles autocopiativos para poder optar a una plaza. Tuve que entregar un listado con 5 facultades, en orden de preferencia, a las que quería optar.

Así que cuando se oficializó que NO había plazas en septiembre para Ingeniería Técnica -mi primera opción- pasé a la segunda: Ingeniero Técnico Agrónomo. Yo no quería estudiar aquello ni muerto, pero la idea era cursar las asignaturas comunes (matemáticas, física, química, etc.) y solicitar al año siguiente la convalidación en ingeniería técnica. El plan era muy bueno, porque aquellas asignaturas eran más “llevaderas” en agrónomos que en industriales.

Estuve una semana yendo a clases de aquellas asignaturas, cogiendo los primeros apuntes y comprando las pertinentes fotocopias con temarios y boletines de problemas. Y a la semana salen las listas y… yo no estaba en ellas. El hecho de haber cursado el instituto de Formación Profesional en lugar de BUP, COU y la Selectividad hizo que mis opciones de cursar estudios universitarios fueran muy limitadas. Yo sabía que no podía optar por entrar en Derecho o en Medicina, pero creía que tenia posibilidades estudiar cualquier Ingeniería. Estaba equivocado, así que en mi supuesto primer año de estudios superiores me quedé fuera. Estaba en la calle como el que dice.

Recuerdo echar algunos curriculums en tiendas de informáticas, incluso logré hacer una entrevista en Continente (posteriormente renombrado a Carrefour) para ventas de informática. Pero como no se concretaba nada opté por colarme en las clases de primer curso de Ingeniería Técnica Industrial como oyente, ir cogiendo apuntes y así prepararme para el curso siguiente. Así que allí me planté sin estar matriculado (no dije nada a ningún profesor ya que no había controles de quién estaba matriculado y quién no, salvo en las clases prácticas de laboratorio a las cuales no iba) y comencé a ir a las 5 asignaturas de primero: física, química, cálculo, álgebra y dibujo técnico. Además coincidí allí con un compañero del instituto con el que me sentaba (no recuerdo su nombre), pero que abandonó a los pocos meses de comenzar el curso. Mientras yo flipaba con las ciencias y todo el caudal de conocimiento que estaba dando allí (otras cosa es que estudiara) el no terminaba de gustarle aquello. Recuerdo que me dijo: “Tú tienes madera para esto. Hablan de autovectores y autovalores y se te ilumina la cara. Pero yo no, a mi esto no me entusiasma lo más mínimo.

No tengo muchos recuerdos del dibujo técnico, así que supongo que dejé la asignatura a las primeras de cambio. Esto era algo común incluso entre alumnos matriculados. Dibujo era un tronco difícil de cortar porque así lo querían los profesores.

Creo que física y cálculo también las dejé pronto. Al no tener la presión de examinarme perdía completamente el hilo de las asignaturas. Las últimas dos asignaturas que quedaban, química y álgebra, las estuve llevando durante un tiempo más hasta que finalmente sólo me quedé con álgebra, en la me esforcé por no dejarla hasta el último día. Persistí con álgebra hasta el final (Díaz-Báñez era el profesor), y me curré unos apuntes maravillosos hechos con mucho esmero. Tanto trabajo me di que al final del curso los encuaderné con pasta dura como si fueran una tesis doctoral (y aprobé álgebra al año siguiente, aunque no usé demasiado aquellos apuntes).

El caso es que sin planearlo me vi con año académico sabático por delante, al que sólo asistía a una asignatura por las tardes que como mucho eran 4 ó 5 horas semanales. Fue un buen año en lo que a ocio se refiere, para que voy a negarlo. Pero de productividad tuvo poca. Ahora me arrepiento de no haber utilizado aquel año para cualquier otra cosa más aprovechable. Aunque como se suele decir: que me quiten los bailao.

PD: recuerdo que antes de abandonar definitivamente la asignatura de química comencé a charlar y asentarme en primera fila en esta asignatura con un compañero llamado Álex. Incluso coincidí con el en autobús camino de la universidad en alguna ocasión, por lo que nos hicimos “semi-colegas”. Cuando dejé química dejé de verlo (él no iba a álgebra) y nunca más lo vi por allí, así que supongo que dejó la carrera. El caso es que un tiempo después (un par de años o así) vi su cara en carteles por las ciudad… ¡se había hecho cantante y era ya medio famosete! Yo le decía a la gente: “¡ese era mi compañero de pupitre en la universidad!” Sigue sacando discos y se puede decir que es músico profesional. Es el trato más cercano que he tenido con un famoso.


El robo de la calculadora

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.